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Historia de la moda Argentina

La moda (del francés mode, y este del latín modus, "modo" o "medida") se trata de un conjunto de prendas de vestir y complementos que se basan en los usos, las costumbres y los gustos particulares, y que se utilizan durante un periodo determinado.


En Argentina, la historia de la moda contemporánea ha estado fuertemente signada por las oleadas migratorias del siglo XX y, más tarde, por los medios masivos de comunicación.


Junto a Sao Paulo y Ciudad de México, la ciudad de Buenos Aires es considerada como una de las ciudades más fashion de Latinoamérica.​



HISTORIA.


Durante el periodo colonial, la moda en el Virreinato del Río de La Plata se basó en la imitación a las potencias hegemónicas europeas, fundamentalmente España y Francia. Si bien Buenos Aires estaba fuertemente ligada a España, la clase influyente de entonces copió los estilos parisinos.


En 1837, cuando Argentina ya estaba consolidada como un Estado-nación, se fundó el periódico La moda, que divulgaba las distintas usanzas argentinas y en el cual escribía Juan Bautista Alberdi. Tiempo después, comenzaron a llegar modistas y sastres de España y Francia, y hacia mediados del siglo XIX ya se podían conseguir revistas como la española La moda elegante, que incluía moldes detallados e indicaciones precisas para confeccionar distintos tipos de prendas, bordados y manualidades. Es en Inglaterra donde tiene lugar entre 1750 y 1860 la Revolución Industrial; con este proceso surgen nuevas formas de vestir menos ostentosas. Esto se produce gracias al aumento de la población, que proporcionó mano de obra abundante y barata. Toda la economía se basaba en ese momento en la lana y en los tejidos de algodón que se fabricaban a partir de la materia prima recibida de Estados Unidos a cambio de esclavos africanos. Paralelamente al desarrollo industrial textil, aparecieron en Inglaterra nuevos tejidos de lana y algodón que convirtieron a Londres en el centro de la moda masculina. El acelerado desarrollo de la industria textil va a generar un fenómeno nuevo hasta entonces: la moda.

Entre 1845 y 1914, surgieron en el país modas reinventadas de estilos anteriores como el directorio, el burgués y el neo rococó. Esta selección de modelos pretende responder a la famosa frase de Coco Chanel: «la moda pasa, pero el estilo perdura». Los cambios tecnológicos ocurridos a mediados del siglo XIX, como la invención de la máquina de coser en 1840, ponen a disposición de los diseñadores tecnologías y materiales novedosos que renovarían la vestimenta.


La moda en los años 20[editar]

Después de la guerra de 1914, nada fue igual. La sociedad cambió. Un nuevo estilo de vida fue adoptado, sobre todo, por las mujeres, que empezaron a realizar actividades fuera del hogar. Los grandes referentes de la alta costura lograron atuendos funcionales que cambiaban, según las circunstancias, telas, avíos y adornos. Del práctico jersey al creppe de chine de seda natural bordada con cascadas de pedrería. Este período es conocido como “Los Vibrantes Años 20” y abarca desde la terminación de la guerra (1918) al crack de la Bolsa de Nueva York (1929). Las expresiones artísticas, las influencias exóticas (China, Japón, Egipto, Rusia) y el culto del jazz de los afroamericanos inciden sobre la vestimenta. Las jóvenes lucen siluetas andróginas y delgadas, con cabellos cortados a la garçon, pestañas cargadas de kohol, lápiz de cejas negro, boquitas pintadas y colorete. Desenfadadas, liberadas, ríen y bailan, fuman y muestran las piernas. El vestido cae recto desde los hombros, la cintura se traslada a la cadera y las faldas se acortan tres veces en el periodo. Las telas mórbidas (satén y rayón) cambian la lencería que se adaptan a los nuevos diseños. La noche brilla y tintinea al ritmo del Charleston mientras las jóvenes juegan con sus largos collares y se disponen a vivir su propia vida.



La moda argentina de los años veinte vaciló entre el disloque y el desenfado sin concretar ninguno de los dos términos. Por un lado la neta influencia europea, en general, modeló la vestimenta vernácula, mientras que el cinematógrafo norteamericano, con las audaces vestimentas de sus estrellas aumentó las exigencias de renovación por la que clamaban las mujeres. Pola Negri, Clara Bow, Norma Talmadge y otras, no sólo motivaron a los hombres, sino que acosaron la imaginación femenina con sus vestuarios despampanantes.


En 200 años de la declaración de la independencia argentina, algunas costumbres de ese entonces cobran interés, entre ellas la vestimenta de hombres y mujeres y su evolución en el tiempo. El Museo del Traje, que depende del Ministerio de Cultura de la Nación, tiene una muestra en este sentido con prendas típicas del período comprendido entre 1810 y 1970.


EL MODELO QUE VINO DE PARÍS.

Importar fue, también en la moda, el único camino posible para atrapar las ventajas de las novedades. Por otra parte no existían en la Argentina ni creadores de moda ni una industria que abasteciera, razonablemente, la demanda de un mercado rico en posibilidades. La haute couture se trajo de París, y fue la casa Henriette la encargada de introducirla en gran escala. A ese negocio peregrinaron las elegantes de la época, y Nona Schwartz de Zacharias, su actual propietaria, recordó a Panorama algunos aspectos de aquel trajinar cotidiano. "La casa fue fundada en 1918 —informa— por mi hermana Salina, quien actualmente (tiene 82 años) se halla retirada después de haber vestido a las mujeres argentinas más elegantes. Yo me hice cargo del negocio en el año 1950 y de inmediato actualicé el rubro de novias. En los años del 30 Sarina realizaba dos viajes a Europa por año, algo obligatorio para estar al día con la vertiginosa renovación de nuestro oficio, porque en el año setenta y uno, cuarenta años después, la moda es eso, renovación continua.


Allí, después de una meticulosa selección, adquiría las creaciones de los más importantes creadores como Lanvin, Cocó Chanel, Vionnet, Lucien Lelong, Mirande, Callet, Chantal, madame Schiaparelli, Molineaux y otros, aunque no tan conocidos, no inferiores en calidad."

"A la semana de llegar Sarina se realizaba el desfile de modelos, un suceso inusitado para aquellos años. La muestra se convertía en ceremonia que nosotras preparábamos desde el planchado de las prendas después de desembalarlas. Cada viaje significaba el arribo de 180 ó 200 modelos que, sin embargo, pese a la variedad, parecían no saciar las demandas de las porteñas."

Asunta Fernández, una de las colaboradoras ya retiradas de Henriette, - Yo estuve cuarenta años en Henriette, casi desde que se inauguró, y viví todo ese período cuando hasta los alfileres se importaban de París. Cada vez que llegaba Sarina desde Europa, el gran mundo se alborotaba como si llegara de visita una reina. Todas las elegantes se desesperaban por ser las primeras en adquirir las novedades y se disputaban las telas que traía para reproducir el original cuantas veces fuera necesario."


Asunta Hernández fue la verdadera creadora del look más refinado que Eva Duarte lució después de su gira por Europa.

"Nosotras éramos las únicas que proveíamos a la aristocracia porteña y en buena parte a la del interior; no había otras casas, salvo la de madame Auguste que podía ser la competidora, aunque su devoción era vestir a las novias." "La mayoría de nuestras clientas —prosigue Asunta— también viajaban a Europa dos veces por año para renovar su guardarropas, así que la tarea selectiva de Sarina debía ser estricta. Por

mis manos ha pasado todo Buenos Aires, y no hubo mujer distinguida a la cual no le haya probado un vestido, indicado una reforma o aconsejado lo más apropiado para su elegancia. Entre ellas recuerdo, particularmente, a las hermanas Peña Unzué, una casada con Paunero y la otra con uno de los Alzaga, ambas de una elegancia señorial, estupendas. Tampoco puedo olvidar a María Luisa Costanzó de Malavert, Sarita Bibiloni o Dulce Liberal de Martínez de Hoz, que eran un ejemplo de buen gusto, tal vez unas de las mejores vestidas de la ciudad. Casi todas se inclinaban por las creaciones de Schiaparelli o de Chanel, que parecían embrujarlas con sus obras. Claro, era una moda carísima. El vuelo imaginativo de cada modelo valía por sí mucho más de lo que representaba."

"Cuando Henriette tenía más de 250 empleados hizo sombreros, valencianas, marabúes y todo lo que tenía que ver con el vestir femenino. ¡Qué pena, todo eso ya ha quedado atrás! La moda es siempre un paso en el vacío."


. Para quienes no podían trepar hasta un modelo original de Pierre Lanvin, Chanel o Lelong, las grandes tiendas subsanaron la frustración. Los diferentes sectores sociales se encontraron en Gath & Chaves, Las Filipinas, Harrod's, San Miguel, Ciudad de México o La Piedad, que se constituyeron en la meta obligada del vestir. Casi todas tenían sucursales en las ciudades más importantes del país y a los sitios más alejados llegaron los envíos directos desde la casa matriz, unificando de alguna manera la vestimenta de los argentinos. Congregadas en el radio céntrico de Buenos Aires, extendieron su influencia a todos los barrios. El énfasis de los creadores, sin excepción, estuvo puesto en las prendas femeninas. Los hombres, huérfanos de originalidad, estuvieron condenados a las dos alternativas en la confección de sus trajes: saco cruzado o derecho, y por lo general tutelados por la supervisión de la mujer. "Señora, no abandone a su esposo —aconsejaba Caras y Caretas ante la debilidad del hombre, en opinión del semanario, para elegir sus prendas—. Ayúdelo en el dificultoso trance de la elección de un traje o de esa importante y trascendental pequeñez que es una corbata. La delicadeza, el ingenio y el buen gusto femenino, sin menoscabo de la masculina seriedad, pueden y deben también llegar al hombre." Les recordaba que Adolphe Menjou, un exquisito del cinematógrafo, se confesaba indefenso si su esposa no lo acompañaba en la elección de las telas para sus trajes.

Las corbatas eran anchas y mantuvieron el estilo a lo largo de los años dentro de una aceptable variedad. Harrod's o Gath & Chaves las ofrecían en 1930, de importación, entre 8,50 pesos y 10,50. Un sobretodo cruzado, de "última moda", en casimir de primera calidad, medio forro de seda, "ojales confeccionados a mano" y costura invisible, podía adquirirse, en ese año, por 78 pesos, o en mensualidades de 7,80 en Los 49 Auténticos, de Corrientes y Carlos Pellegrini, la sastrería de mayor popularidad entre los porteños y meca del vestir masculino.

DE CHANEL PARA ABAJO. Horace Lannes (34), modisto y estudioso de la moda, resumió para Panorama algunos aspectos de su investigación con respecto al atuendo de las argentinas en la década del treinta. "Nunca la moda exigió a la mujer estar más en línea que en esos años —asegura Lannes—. Se usaba caminar con estilo dislook, es decir con actitud lánguida, displicente y muy estudiada que le confería a las mujeres un halo de misterio, lleno de sugestiones y que de alguna manera concordaba con la vestimenta. Fue una época especial en la que el sexo débil buscó compensar y afirmarse en su relación con respecto al hombre."

"El vestir de esta época fluye con naturalidad hacia la elegancia poniéndose especial cuidado en el busto reducido y en la cuidada estrechez de las caderas; con frecuencia los trajes tenían en esa zona recortes y drapeados; todo un indicio. El sombrero fue una obligación ineludible para todo momento. Sería difícil concebir una mujer sin su correspondiente sombrero a lo largo de todo ese decenio, ya fueran turbantes, boinas, canotier, capelinas, decoraban las cabezas y en muchas ocasiones con un delicado encanto."

"Uno de los más destacados sombreristas —informa el diseñador— fue Ferruccio, un talento, un creador, como también fue Martín Soules, que hizo furor con los tocados de novia, en los que se constituyó un especialista. Durante esos años —finaliza Lannes— se mantuvo un criterio uniforme en cuanto a la línea, donde no se introdujeron reformas de fondo, esenciales. Lo que varió, de una temporada a otra, fueron las mangas, las polleras, el cuello, que en determinadas ocasiones llegaron a ser audaces. Recién en 1938 se produjo un cambio sustancial en la línea, de real importancia. La pollera se acortó; algo que hasta entonces y sin concesiones había llegado a mantenerse por debajo de los 20 centímetros del nivel del suelo."

En un número de Atlántida de 1931 se anunciaban, para la temporada de invierno, terciopelos impresos con lunares, semillas, arabescos y diseños diminutos. Las polleras tendieron a ensancharse en la parte inferior mediante godets, cortes o tiras de piel. Se prefirieron cuellos smoking, écharpes de lana o tela, y las faldas con picos, caídas, drapeados o panneaux. Los tapados, ceñidos a la cintura, se previeron cortados tal cual los sobretodos masculinos a la vez que la abotonadura permitía tenerlos a una altura conveniente. El tailleur apuntó con ganancia en la elección femenina "no sólo en sí, sino por su influencia personal, su corrección y su sobriedad."

Cada hora del día requirió un atuendo adecuado, pero, según el punto de vista de la mujer, "dividir" la jornada en tres partes, encontrar tres divisiones en el guardarropas, es cosa que ya pertenece al pasado. Una mujer elegante no dice más: Mi traje para las mañanas. Hablará de su traje de golf, de su ropa de paseo, de su vestido para el auto. Las horas, en relación con las prendas, han perdido su significado; sólo cuentan los acontecimientos, las jornadas y el empleo del tiempo". Las revistas como El Hogar, Para Ti o Rosalinda reprodujeron una semana tras otra una serie interminable de modelos, casi exclusivamente franceses. También algunas de esas publicaciones incluyeron una sección de sociales y otra de consejos y orientación en materia de moda para las lectoras que debían resignar sus aspiraciones con respecto a los vestidos de precio o a una renovación de su magro guardarropa.

"¿Cómo alargaré un vestido de crêpe floreado del que no tengo más que un pequeño retazo?", preguntaba a Rosalinda una lectora de Bragado. "Poseo un sobrante de seda color salmón —informaba María Esther, de Capital— y desearía hacer con él una écharpe. ¿Puede usted orientarme para satisfacer mis deseos?". La respuesta era siempre atinada y nadie que escribiera se quedaría sin respuesta adecuada, aunque debería interpretarla con espíritu ecléctico. "Tengo un vestido de luto de crêpe mongol —escribía la señora Luisa F., de Rosario— que tuve que usar el año pasado y está flamante. ¿Podría decirme en qué forma puedo aprovecharlo ahora que puedo usar ropa de color?" El luto, a veces breve, que nadie se hubiera atrevido a rechazarlo, creaba la necesidad de rescatar la prenda una vez finalizado. Existían, en la práctica, algunas maneras como sumergirlas en un baño de anilinas Colibrí para un teñido casero o el Jabón Sunset, que "lava y tiñe a la vez"; recurrir a la modista de confianza para lograr un injerto no muy extravagante, o transitar por los negocios especializados que se alineaban en la calle Carlos Pellegrini y en los cuales se difundían, con absoluta seriedad, las creaciones para el luto riguroso o el medio luto pasajero.

LOS COMPLEMENTOS. "Usted, señora, que usa faja, ¿se siente cómoda con ella? ¿Puede sentarse o ejecutar cualquier movimiento sin que le oprima o sofoque? ¿El precio pagado está de acuerdo con el servicio que le presta?", indagaba en su aviso Casa Porta, ubicada en Victoria 755, para las damas que debían recurrir a las fajas para modelar su figura.

Los accesorios constituyeron una parte fundamental de todos los atuendos, para los cuales las mujeres adoptaron una filosofía particular. Desde El Hogar, la revista obligada de la clase media, Bijou escribía en 1931: "Por lo general la cartera de noche es pequeña y de líneas muy delicadas. Hay algunas muy bonitas en crêpe de chine, que es también el material del vestido que acompaña. Otras en satín opaco o moiré tienen todavía un aire más chic. Todas estas carteras armonizan con el colorido del calzado y de algún detalle del conjunto".

El pañuelo se constituyó en otro de los complementos de gran moda. Fabricados con frecuencia en chiffon, sin estampados, obtuvieron la adhesión de las elegantes al cubrirse de fiorituras. "El efecto decorativo de estos pañuelos —señalaba la especialista— se aprecia muy bien dentro del marco especial que le concede el ambiente de los grandes salones iluminados."

El abanico resucitó después de un largo período de olvido en los primeros años del decenio. El tipo más aceptado fue el de gran tamaño, imitando con acierto un esplendor versallesco, majestuoso, de plumas blancas o rosadas. Los collares de perlas fueron infaltables en el vestir femenino. "Belleza, alegría, lujo, joyas por doquier, alentaban las creaciones de Montsny, una joyería establecida en Corrientes al 700, que ofrecía collares de perlas Evax con varias tonalidades, broche de platino, oro 18 kilates y aplicaciones de zafiro, a 70 pesos, no muy caros para quienes podían rozar su piel con los exclusivos modelos de Henriette.

LA HORA DE LAS OFERTAS. Las liquidaciones de temporada atraían multitudes a las grandes tiendas después de una intensa campaña publicitaria, produciendo algo así como "una desinhibición monetaria", según un ex vendedor de Gath & Chaves. La Nación, La Prensa, El Mundo, La Razón y Crítica vendieron durante varios días una de sus páginas para anunciar la "gran liquidación" que a partir del 7 de enero de 1930 haría Harrod's, con recomendaciones de "vestido de crêpe imprimé, blusa con jabot de la misma tela, pollera acampanada, gran variedad de dibujos, a 25 pesos". Aprovechando la temporada de verano, recién iniciada, la gran tienda derramó con abundancia en seda chemisier para calle, sport o playa, blusas y polleras con tablas en la parte delantera a un razonable precio de 45 pesos. Setenta y ocho pesos con cincuenta debieron oblar los hombres para hacerse de un traje derecho o cruzado, como siempre, confeccionado en casimir inglés y soberbio forro de alpaca. Para realizar trajes de calle Harrod's recomendaba adquirir un corte de crêpe impreso, tejido de seda, de cien centímetros de ancho, a 12,90 pesos el metro. Quimonos, peinadores, saltos de cama, sacos fumoir, zannah, moiré y toda clase de telas con que las modistas de barrio o las profesionales, las que aceptaban otras telas que no fueran las suyas, vestirían a sus clientas. Carmen Zanettini de García (72), modista ya retirada, bosquejó para Panorama sus recuerdos. "Si bien el trabajo no excedía nuestra capacidad—relata—, las mujeres nunca olvidaron renovar sus vestuarios, en la medida de sus posibilidades, casi todos los años. En 1935 llegué a cobrar 27 pesos por la hechura de un vestido muy simple y eso me dio fama de carera. Antes de tener mi clientela iba a dos o tres casas de familia muy pudientes a coser; hacía reformas, uniformes para el colegio y con frecuencia las chicas más grandecitas, me traían dibujos que cortaban de las revistas de modelos complicadísimos que yo se los sacaba perfectos."

EL NUEVO ARTE DE EMBELLECER.

La reputación de la mujer argentina no podía ser mejor y en un aspecto colaboraban para ello el cuidado que dispensó a su cuerpo y el arreglo personal. La cosmética, "alquimia del siglo XX", según un sorprendido cronista de Crítica, había logrado reunir un ambicioso conjunto de productos. "Jabón Heno del Campo, para el mundo elegante, quita todo residuo de grasa y polvo, otorgándole al cabello un lustre único; fabricado con aceite de oliva, produce una abundante espuma", rezaba uno de los tantos avisos destinados a captar el favor femenino. "Una estrella debe forzosamente poseer un cutis hermoso si desea mantener la admiración que ha obtenido. Para conservar mi cutis deliciosamente fresco y suave uso, como muchas estrellas de la pantalla, Jabón Lux de tocador diariamente. Da a mi tez la suavidad del terciopelo —decía la seductora Loretta Young—, así como 846 de las 857 destacadas luminarias del cine."

En materia de lápices labiales, Electra de Bourjois, de París ("el lápiz que se adapta al color de los labios", según el reclamo), despertaron las preferencias de las jóvenes por la variedad de matices que presentaba, como el Foncé. Hoyen, Hoyen Clair. Etincolant (mandarine) y Tournesol. También la línea Tangee competía con el Theatrical (para la noche), entibiando la imaginación de las coquetas ante una posibilidad extra de seducción, de acuerdo con lo prometido por la publicidad. Griet, por su parte, ofrecía su loción colonia Tosca y la variedad de sus perfumes, como Chela, Ojos Negros, Dime que sí, Muñequita y Primer beso. En ningún tocador bien provisto faltaron Avant la Fête o Myrurgia, así como la crema para las manos Hinds o el esmalte para las uñas Cutex, de popularidad en todos los niveles.

Las pecas, de acuerdo con los especialistas, si daban encanto, restaban belleza al rostro. Para ocultarlas la crema de lechuga de Beauchamps era el medio más seguro. La moda exigía cutis liso, blanco, y para lograrlo estaban las cremas Bella Aurora, de Stillman, la cual en "el primer pote demuestra su poder mágico"; o la Cera Mercolizada para "quitarse el cutis feo con la misma facilidad con que uno se quita una careta".

"Si sus mejillas necesitan realmente un poco de color —aconsejaba Reneé de L'Encles, a las buscadoras de belleza— permítame que la disuada del empleo del rouge. Use,, en cambio, Rubinel, que es mucho más delicado y mucho mejor."

El busto fue otra preocupación de las coquetas. Buscando la línea armoniosa para "ser bonita", los creadores de la moda indicaban que "un hermoso busto es el de una mujer con pechos pequeños, sin huecos, sin huesos que sobresalgan a la altura de los hombros. Una mujer —avisaban— cuyo pecho no está bien formado no puede tener líneas elegantes". Lograrlo era simple con una dosis diaria de Pildoras Orientales, que son también tónicas y reconstituyentes. Pueden ser tomadas por niñas cuyo pecho tarde en desarrollarse, por señoras que lo han visto desaparecer a causa de la enfermedad o por haber cumplido con los deberes de la maternidad".

LAS NUEVAS IDEAS. Las medias, al subir la pollera más allá de los veinte centímetros del suelo, adquirieron una importancia capital en la elegancia. Ya a fines del 20 París había sido inundada por ellas y su popularidad se extendió de inmediato al resto de los países. "Hoy en los lugares más calificados —consignó un anuncio—, teatros, paseos y en las reuniones sociales se ve a las más elegantes damas luciendo medias Holeproof (pronuncíese Jolpruf) de seda. Se adaptan a la moda y al gusto de las más exigentes. Pueden obtenerse en el color que armonice con sus vestidos y calzados; en mallas semi-gruesas o gruesas; con o sin cuchilla calada y con costura y pie francés; talón en punta o cuadrado. En más de doce estilos diferentes."

La nueva moda creó la liga, pero la técnica de sostener las medias estaba todavía en pañales. Así es que éstas quedaban en el muslo apretadas, chingadas o caídas. Para solucionar la incomodidad Delanney y Cía. puso a disposición de las damas su liga Coqueta, a dos pesos el par, "las únicas ligas del mundo que se colocan sobre la piel debajo de las medias" y de manejo fácil que no requería preparación previa.

El estilo de 1933 reclamó las faldas por debajo de las rodillas, punto en el que no quisieron ceder ni modistas ni clientas. La cintura se buscó marcada, mientras que se acentuó la tendencia de las faldas con godets. La silueta ideal fue la sencilla, flexible. El escote alto, sin embargo, no careció de gracia porque los chapeados, los moños o los écharpes lo trasforman milagrosamente. Ese invierno presentó abundancia de cuellos de astrakán, capas de armiño, martas, cibelinas o adornos de piel de mono, y surgieron los tapados tres cuartos, innovación aceptada sin reparos.

El uso de los sombreros indicó una tendencia nueva reflejada en los comentarios de los especialistas. "La serena belleza de Josefina de Alvear de Robirosa —dice La Dama Duende en Caras y Caretas— cuya sombría cabellera dejaba al descubierto el sombrerito amazona, y Guillermina Udaondo de Zuberbühler, tan linda como elegante, luciendo un tono bronceado de sus cabellos lucía un sombrero del mismo estilo."

LA RENOVACIÓN. El calzado de 1935 aportó una renovación importante con la aplicación del cuero de víbora, avestruz o cocodrilo. Tonsa, de Florida 260, ofreció zapatos para dama "escotado en pitón legítimo, color verde con manchas oscuras. Ribeteado en lagarto auténtico. Taco Luis XVI de cinco centímetros y medio, a 9,80 pesos".

El pantalón, inaugurado como prenda femenina por las estrellas del cine, conquistó a las mujeres porteñas que comenzaron a usarlos en sus pijamas o para lucirlos en las playas de Mar del Plata, en la temporada 1935-1936, aunque en numero muy reducido. Con los primeros fríos de este último año irrumpieron las telas de superficie pilosa que imitaban de buena manera a la piel, y los tejidos con una mezcla de metal o celofán, reversibles. Las modistas lograron asentar definitivamente el uso de la capa, hasta entonces de poca vigencia. Los peinados, que se buscaron en concordancia con los vestidos y el rostro, fueron de concepción romántica, estructurados con gran cantidad de bucles pero con el cuidado de dejar en libertad la nuca.

Los impermeables para la lluvia causaron sensación en 1938 ya que era una prenda reservada para los hombres, y las porteñas admiraron la reaparición de los guipures sobre fourreau de crêpe de vivos colores, ideal para los trajes de noche.

Sobre el final de la década, después de librar cientos de batallas en los talleres y en la mesa de diseño, las polleras comenzaron a trepar hasta la rodilla, "la parte más fea del cuerpo humano", según la opinión de la crítica, pero la línea se endureció tornándose severa. Los peinadores lograron en sus clientes el uso del rulo largo o corto, atados con moños de cinta pequeños durante el día y grandes, de terciopelo, por la noche.

Al declararse la Segunda Guerra Mundial la importación, en todos los órdenes, se detuvo. La moda no fue ajena y las creaciones de los más reputados modistas franceses debieron ceder a los que comenzaron a proporcionar los diseñadores argentinos que nacieron al impulso de la industria textil.

Las preocupaciones de la mujer en 1940 fueron otras, pero lo que pontificara Bijou, en 1931, no perdió vigencia: "La moda es una y múltiple. Es como el jardín donde brotan infinitas flores y en que se regocijan las elegantes eligiendo las de mayor agrado, pudiendo comparar a los modistos con avezados jardineros que cultivan las plantas, porque ellas son el recreo de la mujer de nuestro tiempo".

Carlos Russo - Kado Kostzer

revista panorama

30.03.1971

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